El día que llegaron los monstruos

No hay mejor cura de humildad que una invasión alienígena. Tú ríete. Yo también me reía. Y me creía Dios. Pero en serio, hace falta un auténtico Apocalipsis, que deje a la humanidad al borde de la extinción para que seamos conscientes de lo que aportamos cada uno a este planeta y si no, echa un vistazo a mi alrededor.

La de mi derecha es Victoria. Me ha pedido que me aparte un poco para que no le quite nada de luz mientras sutura la pierna izquierda de Richi. Victoria es cirujana en el hospital universitario. Con dos cojones. La verdad es que todo ha sucedido muy rápido. La explosión fue muy fuerte y antes de que pudiera darme cuenta de quién gritaba, Victoria ya me tenía poniendo presión en la pierna mientras registraba como loca la cocina. Ha encontrado un carrete de hilo, de ese con el que normalmente se atan los asados. No había pasado ni un minuto y ya le tenía tendido sobre la mesa cosiendo una herida muy fea. No me preguntéis qué está usando de aguja porque tampoco lo quiero saber. Dice que dadas las condiciones es muy probable que se infecte, pero aun así prefiere lidiar con eso más tarde que dejar que se desangre ahora. Comparto su diagnóstico. Ya. Nadie me ha preguntado, ¿quién me iba a preguntar?

En la puerta están Car y Jon. Car es química en una farmacéutica. Se ha metido hace diez minutos en el cuarto de la limpieza y ha salido con una garrafa de Domestos tuneada con un poco de cinta americana, de la que colgaba un trozo de trapo de cocina. Ha podido acercarse a la puerta del restaurante usando las mesas para no ser vista donde ha prendido la mecha y ha lanzado el invento por la ventana y ha salido por patas. Algo me dice que había algo más que Domestos en esa garrafa porque la explosión ha sido tan grande que se ha llevado a tres lagartos por delante dándonos un poco de tregua por primera vez desde esta mañana. También ha provocado la onda expansiva que ha terminado con la antena de la radio clavada en la pierna de Richi. Sí, Richi es Teleco y estaba tratando de montar una radio con la que poder buscar ayuda porque los móviles dejaron de funcionar hace tres días. ¿Cómo no? Algo bueno tenía que tener, está claro que la humanidad no aprendió por sí sola cuántas fotos de gatitos eran demasiadas. Ahora en serio, espero que lo de la pierna no sea grave.

Jon ahora está revisando la zona para asegurarse de que podemos salir. “No sé qué son esas cosas ni cómo se comunican, pero en el momento que sepan que han perdido a tres de sus amiguitos van a mandar a mucha más gente y no van a estar contentos. Necesitamos salir de aquí. Y armas. Necesitamos armas.” Parece que los militares sólo saben arreglar las cosas con armas, y tal y como está el asunto no voy a empezar a quejarme ahora, pero a ver de dónde sacamos “armas” en el centro de Salamanca.

Éste es el panorama y ésta, a falta de saber lo que ha pasado con la mía, es mi familia por ahora nos necesitamos unos a otros para… ¿Qué? Ah, ¿yo? Sí, por poco se me pasa, qué cabeza. Yo soy diseñador gráfico. Hace tres días toda la humanidad — Bueno, hasta donde yo sé sólo la ciudad de Salamanca, vale, pero algo me dice que no vienes desde tan lejos para quedarte en Salamanca. A no ser que estén buscando piso para el curso que viene, claro. Si vienen buscando piso lo veo chungo porque está todo pillado desde junio — nos enfrentamos a algo que hasta entonces no creíamos ni que pudiera existir. Aquí los cuatro fantásticos han sido capaces de lidiar con lo desconocido, a vida o muerte, simplemente con lo que hacen rutinariamente en el trabajo. Y yo… yo puedo decirte si el menú está escrito en Helvética o en Arial. ¿Cómo te quedas?

Jon dice que está todo despejado y que deberíamos ir marchando. Victoria ha acabado con Richi, que va a necesitar ayuda para moverse así que voy a tener la oportunidad de sentirme un poco útil. Cosa que me da rabia porque le tenía echado el ojo a ese luminoso en Comic Sans que hay frente al restaurante.

— Tío Raúl, tío Raúl, cuéntanos otra vez la historia de lo que hiciste cuando llegaron los monstruos.
— Mirad niños, yo no sabía cómo curar a los supervivientes, no era capaz de construir nada con mis propias manos, ni siquiera matar a nada — ¿O sería nadie? — pero si la humanidad tenía aunque fuera una remota posibilidad de salvarse, pensaba librar al planeta de errores pasados, dejando detrás de mí un lugar más bello que el que me encontré.

Sí, no pienso dejar ni un solo cartel, luminoso o furgoneta rotulados en Comic Sans. Llámame superviviente. Y ni siquiera eso va a poder ser hoy. Está la pierna de Richi como para pensar en la belleza.

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