Los tres mosqueteros

Hay que agradecer a esos tres mosqueteros alcaldes del sur de Francia que por primera vez en esta discusión han aceptado que la auténtica motivación para prohibir el burkini es una cuestión únicamente racista que poco tiene que ver con la defensa de los derechos de la mujer musulmana. No molesta ni una surfista con un neopreno, ni una chica en vaqueros y con una sudadera con capucha y gafas de sol, pero ese velo, me haces el favor y te lo quitas ya mismo.

Hablando de mujeres musulmanas. [Cuidado que me voy a poner en plan queguaysoyquevivoenLondres] Viviendo en esta ciudad, he acabado conociendo a mucha gente diferente a mí, musulmanes entre ellos (musulmanes y musulmanas, entiéndase, que todo hay que aclararlo). En concreto, mujeres, puedo contar cuatro en el último año: dos británicas, una holandesa y una francesa. Todo países lejanos y exóticos, como podéis ver. Sólo una venía a trabajar con el velo, el velo nada más eh, de cuello para abajo no se diferenciaba mucho de lo que te pondrías tú; otra no tiene problema en tomar una copa de vino o un cocktail, aunque en casa con su familia lo evita porque no quiere tener a sus padres dándole la brasa (ya, costumbres extrañísimas, yo tampoco salgo de mi asombro); otra contaba cómo sus padres la habían educado en el islam desde pequeña, pero desde la adolescencia pasa de todos esos rollos y no se priva ni del cerdo; y a la última la he contado, aunque nunca me llegó a hablar de religión, sólo porque he atado cabos entre el país de procedencia de su familia y el hecho de que siempre rechazase cualquier bebida con alcohol que le pudieran ofrecer. Sí, mi conclusión puede resultar racista, pero prefiero vivir con dudas sobre la fé de una compañera de trabajo que preguntarle «uhm, no bebes alcohol, ¿no serás musulmana?» y quedar como un capullo integral. Especialmente sorprendentes me han resultado algunos comentarios sobre sus loquísimas e integristas actividades en su tiempo libre como hablar por snapchat con el chaval que les hace gracia o irse de fin de semana a Barcelona con un par de amigas.

Y mira, si me vas a venir ahora con que «bueno, pero es que lo que me describes ahí no son musulmanas de verdad», te puedes ir a tomar por c

No, vale, no te vayas, pero aclárame una cosa. Te parece mal que alguien les ponga el velo, pero no hay musulmanas sin velo, porque si las hay es evidente que no son musulmanas, porque solo deben elegir entre ser musulmanas, someterse y volver a su país, o abrazar un estilo de vida occidental… No sé si sigo esa lógica pero tengo tres amigués que llevan una temporada de juerga y que seguro que no les importa tomarse otra cerveza contigo. Se llaman: liberté, fraternité y egalité.

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P.D. vélica: No, claro que no me parece bien que nadie obligue a una mujer a taparse. Y mujeres tapándose, por fé, por pudor o por una sociedad conservadora y desigual, desgraciadamente las hay desde en un convento hasta el lejano oriente (donde, por cierto, no es raro ver a las chicas bañarse en la playa con camiseta). Y no, no tengo ni idea de cómo se puede impulsar una visión más abierta e igualitaria de la vida. Pero sí que sé cómo no lo vamos a conseguir: gritándoles, invitándolas a marcharse de su país u obligándolas a quitarse la ropa que llevan puesta, sea por voluntad o por obligación.

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