— Si esto le pasa a su nieto, lo meto ya para el quirófano y le pongo una placa así — Hace “así” con los dedos.
— Pues si se puede, me cambio por ella ya. — el nieto.
—
Pues resultó que sí. Que en este mundo se podía. Y no sólo eso. En el último momento, como de contrabando, el médico me habló de un tratamiento experimental. Decía que podía intercambiarnos los achaques. El único “pero” es que el intercambio solo iba a durar 24 horas. No se hable más.
Y así estamos. Ella se ha bajado a la playa, a correr por la arena y saltar olas otra vez. Yo me he quedado aquí, junto a la piscina y con una placa en el húmero. Sentado. Despacio. Muy protegido del sol. Y sin ser capaz de pensar en otra cosa que en que esté bien y no le pase nada.