Carmina

— Si esto le pasa a su nieto, lo meto ya para el quirófano y le pongo una placa así — Hace “así” con los dedos.

— Pues si se puede, me cambio por ella ya. — el nieto.

Pues resultó que sí. Que en este mundo se podía. Y no sólo eso. En el último momento, como de contrabando, el médico me habló de un tratamiento experimental. Decía que podía intercambiarnos los achaques. El único “pero” es que el intercambio solo iba a durar 24 horas. No se hable más.

Y así estamos. Ella se ha bajado a la playa, a correr por la arena y saltar olas otra vez. Yo me he quedado aquí, junto a la piscina y con una placa en el húmero. Sentado. Despacio. Muy protegido del sol. Y sin ser capaz de pensar en otra cosa que en que esté bien y no le pase nada.

Carmina Jugando en la nieve
Carmina jugando en la nieve

Y volver

Vista de Londres por la noche
Y volver. raulalgo en Instagram

Desde que termino la navidad haciendo una maleta, me estoy preguntando si voy o si vuelvo. Porque si voy, me voy. Lo dejo por algo que todavía me resulta ajeno. Por ignorancia, por inexperiencia, o por no haber encontrado ese calor que te hace volver.

Vuelvo porque quiero o porque me ocurre sin más, como un accidente. A un punto exacto y concreto o sin recordar cuándo ni cómo volví. Vuelvo a lugares, a momentos, a personas. Vuelvo yo, vuelve todo lo demás, y a veces vuelves tú.

No vuelvo con nostalgia. Ni deseando que todo siga fiel a un recuerdo. Vuelvo para ver lo que queda, lo que ha cambiado, lo que se ha roto, lo que se ha curado. Vuelvo a las arrugas, a la luz, a las grietas y a los olores.

Las venidas me dan pausa y gasolina para las idas. Algún día iré y también querré contarlo, pero hoy es para volver.

Y para escribir.

Shinja Tokaido

Shinja Tokaido le ha dado muchas vueltas a su mesa de trabajo. Ha probado todo. Pasó la primera mitad de esta década con un tablero de cedro anclado a la pared, en voladizo, con un par de escuadras. Probó también la moda de Silicon Valley durante un par de meses con un escritorio de altura variable que le permitiera trabajar de pie.

Finalmente se ha decidido por un mesón grande y pesado, que pasaría desapercibido en cualquier comedor con cierto aire vintage. Un tablero, construido con listones antiguos que se levanta fuerte sobre cuatro patas con volutas, como recordando a un capitel griego. Las chorradas minimalistas no son para Tokaido.

Tan sólido es el resultado final que cuando Shinja hace su numerito de pensador profundo, golpeando fuerte con la palma de la mano para sobresaltar a su interlocutor, ahí no se mueve nada. Como si esa mesa vieja de madera fuese el disfraz de un duro bloque de hormigón.

Sobre la mesa un teléfono. Negro. Voluminoso. De película clásica de detectives. Y una hoja de papel. Y una pluma estilográfica  cargada de tinta azul.

Su cara sería redonda si no fuera por todo el peso que ha perdido desde la última vez que nos vimos. Con una mandíbula angulosa, que mengua hasta esconderse entre el pelo crecido pero que todavía no es largo, cayendo desde el centro y hacia ambos lados; y esas gafas de montura negra, muy fina, con cristales grandes y completamente redondos.

— Yo la llamo ‘la mesa inteligente’. No necesito más.

Creo que no se da cuenta de que ya intentó hacerme reír con esa tontería.

La pelota

— Entonces, ¿está quieta o está en movimiento?

— Quieta

— Y sin embargo se mueve.

— Con respecto a nuestro marco de referencia está quieta.

— Pero con respecto al marco de referencia del Sol, de la Luna, de cualquier planeta, o estrella del universo la veríamos moverse en la medida en que la Tierra, el Sistema Solar o la galaxia entera se están moviendo a través de todos ellos, ¿no?

— Pero decir que está moviéndose en la medida en que la Tierra rota sobre su eje u orbita alrededor del Sol, no sería muy práctico para nuestra conversación.

— Entonces no estoy haciendo interpretación hippy de la teoría de la relatividad. La «verdad» va a estar condicionada por ese marco de referencia. No existe una verdad absoluta.

— Si te pones así, la verdad absoluta sería que, como dices, se mueve.

— ¿Y para qué nos sirve esa verdad si no la podemos usar?

— ¿Por qué no la podemos usar?

— Porque si quiero decir la verdad, tengo que especificar que, aunque para nuestro marco de referencia se encuentra completamente quieta, la verdad es que se mueve a través del universo a una velocidad que no podemos determinar pues siempre va a depender del marco de referencia que fijemos.

— No veo el problema

— Que no podemos hablar así. Tú mismo me has respondido que «está quieta». Esa mentira, te ahorra explicaciones y posiblemente sea más útil para comprender la realidad que la propia verdad.

Lo del otro día

— ¿Iba en serio lo del otro día?

— No. — Espera, ¿a qué te refieres?

— A lo de los 5 minutos esos

— Probablemente no.

— Cómo que probablemente… ¿Hiciste de verdad lo de poner el cronómetro y darle a publicar en cuanto llegase a cero?

— Pfff ¡no! Tenía una mierda de texto y quería darle salida. Fue la primera patraña que se me ocurrió.

— Pero todo el texto iba sobre los cinco minutos.

— Una excusa, ya te digo.

— Pero, vamos a ver. Entonces no es la excusa. Tenías esta idea de escribir hasta que te diga el cronómetro, pero eso era pura fantasía. Entiendo que no había ni reloj, ni tardaste cinco minutos cuarenta y siete segundos en escribirlo. A lo mejor te tiraste ahí un rato revisando y corrigiendo.

— ¿A que si lo explicas pierde la gracia?

— Gracia, gracia… tan fino no te quedó.

— Ni éste tampoco. Nadie te obliga a leerme.

— ¿Cómo que éste?

— Este texto.

— ¿Qué texto?

5:47

En cuanto el cronómetro que acabo de poner con 5:47 llegue a cero, pienso darle a ese botón azul de la derecha que dice «publicar».

No hay razón para elegir cinco cuarenta y siete, pero debe ser justo eso. No valdría ni cuarenta y tres, ni cincuenta y ocho. No quiero ni tres minutos, ni dos, ni trece. Cinco cuarenta y siete es raro pero elegante. No es redondo, ni a en puntos, ni a y cuartos, ni a y cincos. Ni siquiera sé por qué es divisible si es que lo es. Lo sea o no, parece primo, como yo.

Cinco cuarenta y siete porque sí. Porque me gusta, porque me sabe bien y porque no se entienda. Que le den al sentido, a la lógica y a la razón. He salido de la ducha y he pensado: «voy a escribir durante cinco minutos, cuarenta y siete segundos y lo que salga.» Y así va a ser. Mi cabeza barriga sabrá por qué aunque yo no tenga ni idea.

Muy lejos he llegado. Tres párrafos, o dos y medio si cuentas esas dos lineas de pacotilla del principio, hasta que mis manos se han parado. Se habrán dado cuenta de lo igual que da todo.

Relee y corrige, que te sobra el tiempo. Hazlo como si esto fuera a alguna parte o como si se te tuviera que entender. Escribe durante cinco minutos, cuarenta y siete segundos, pero pon las comas bien. Que en esta vida se puede ser de todo menos torpe puntuando.

Se me acaba esto ya. Me voy a quedar justo a trece segundos de los seis minutos escribiendo. Que son números, el trece y el seis, escondidos detrás del cinco y del cuarenta y siete. Números igual de exactos y de absurdos. Números que a lo m

 

Tijeras

Tengo un recuerdo que lo veo como si fuera aquí, ahora mismo, en mi salón. Una agente del control de seguridad en el aeropuerto de Chicago pregunta:

— ¿Es esta su mochila?

Se la lleva y sin dejar de hablar con su compañera, posiblemente de sus cosas, la abre buscando algo que han visto en los rayos X. Saca unas tijeras de 10 ó 12 centímetros, puntiagudas, y a mí se me viene todo encima.

Una semana antes estaba de mudanza. Tras guardar mi año en dos maletas, lo que me quedaba en  la mesa acabó de cualquier manera en la mochila; esas tijeras de un palmo, también. Me mudaba igual que había llegado el verano anterior tras recibir una beca que aunque me cubría la matrícula no incluía el convenio con mi universidad.

«Tirar» el año, académicamente hablando, me daba la libertad de elegir asignaturas por gusto. Como por gusto me fijé en una pila de cuatro asignaturas de Diseño Gráfico que allí caían dentro del grado en Bellas Artes. Ese toque de diseño que se cree arte me tuvo todo el año jugando, además de con el ordenador, con pinceles, pinturas, papel y también con esas tijeras.

Las tijeras no tenían más. Tendría que haberlas olvidado como olvidadas estaban en esa mochila que pretendía meter en la cabina. Sin embargo, recuerdo perfectamente cómo aquella agente que ahora tiene las tijeras en la mano les pega un vistazo y, sin dejar de hablar con su colega, las devuelve a la mochila.

— Todo en orden, puede seguir.

Te juro que recuerdo ese «mira lo que podría haber pasado» como si fuese ahora mismo. Recuerdo todas las ocasiones en las que conté y reconté la misma batallita, desde el momento en que me bajé del avión en Madrid.

7 años hace de todo aquello y no he vuelto a ver esas tijeras ni una sola vez.

 

Influencer

Dubrovnik está en un exclave. Si quieres conducir desde Dubrovnik a casi cualquier otra ciudad Croata, ya sea Split, Rijeka o Zagreb, no te queda más remedio que cruzar una franja de 9 kilómetros de Bosnia-Herzegovina.

Ser de Salamanca es ser de provincias y de ciudad. Es ser mi propio tipo de paleto. El mismo paleto que encuentra emocionante montar en metro pero puede irse a un pueblo de Extremadura y decir sin vergüenza ninguna: «Madre mía, ¡cómo viven aquí!» Es ese paleto el que se ha ido de excursión al otro lado de Croacia con la excusa de poder decir: «¡Madre mía, Bosnia-Herzegovina!»

Nada más volver a Croacia está Kiek. Un pueblito al que se mira desde arriba por la serpenteante carretera que recorre la costa. No es bonito salvo por el turquesa de sus aguas en un entrante de la costa. Es un sitio en el que el paleto piensa: «Un café, ahí, frente a la puesta de sol, ya verás».

Y en la terraza, una mesa; y en la mesa una señora, entrada en años y en carnes. De las que dejan el bastón sobre la mesa junto a la tablet y el café. Una mujer que lee un libro mientras el dueño del local le saca una foto con el móvil. Que levanta la mirada del libro para pedirle que la repita, que se asegure de que sale el mar y la puesta de sol, mientras vuelve a la pose de lectura. Que pide el móvil de vuelta, deja el libro boca abajo, abierto para no perder la página, y envía esa misma foto. ¿A quién? ¿A hijos? ¿Nietos? ¿A Instagram?

¡Madre mía!

2039

Anoche, tras reunirse en Barcelona con sus compañeros del Partido Popular Europeo con motivo de su estreno en la presidencia de turno de la Unión Europea, el presidente de la República de Cataluña, Pedro Sánchez-Camacho, tuvo que pronunciarse de nuevo sobre la reciente convocatoria del referendum por la independencia de Baviera.

— Una vez más, le digo, hay que recalcar que el caso de Baviera nada tiene que ver con el proceso que siguió Cataluña. No tenemos que dejar ninguna duda, de que la Unión Europea debe fundamentarse en el respeto al orden Constitucional de los estados miembros. Ese referendum ha sido anulado ya por el Tribunal Constitucional Alemán y por lo tanto no se ajusta a derecho, por lo que nosotros siempre nos vamos a situar de lado de nuestros socios europeos y frente a aquellos que antepongan la consecución de unos intereses politicos al respeto a la legalidad alemana.  Y finalmente recordarles, que incluso si decidieran recapacitar y organizar dicho referendum de manera legal, lo que es indudable es que de producirse la independencia de Baviera, el estado resultante quedaría fuera de la Unión teniendo que solicitar de nuevo un ingreso que debería aprobarse por unanimidad, incluyendo el voto de Alemania. Supongo que a estas alturas, no hace falta recordarles la década de bloqueo que nos supuso a nosotros, y más que podría haber sido de no haberse producido la salida de España de la Unión Europea en el año 36.

El cisne

El avión sale a las 12:45. Hay que estar ahí a las 10:45. El tren tarda tres cuartos de hora y a la estación hay otra media hora. Habría que salir sobre las 9:30 de casa.

Pero las 9:30 se convierten en las 10:10. Y esos 40 minutos se convierten en avaricia: «Esta aplicación dice que en Uber se tarda la mitad que en metro así que, ¡a la mierda!» No me quiero quedar sin vacaciones aunque hoy habría venido fenomenal que todos los camiones que atraviesan la city se cogieran un descanso. Descanso como el que le damos al conductor del Uber después de 25 minutos prácticamente parados. Con la carrera son las 10:55 cuando por fin salimos en el tren. 40 minutos + avaricia = 1 hora de retraso.

Pero llevábamos dos de margen. No preocuparse. Lo bonito del tren, en vez del autobús es que es como una especie de cápsula temporal. Te subes por un extremo y sales por el otro a la ho

Un momento, ¿cuánto llevamos parados?

— Hola, señores pasajeros, tengo que pedirles disculpas pero estamos siendo retenidos porque hay un cisne en las vías. Le estoy viendo, de hecho, ahora mismo, delante de mí. En cuanto lo retiren podremos reemprender la marcha.

Un cisne.

Un puto cisne, joder.

Veinte minutos para sacar a un cisne de una vía de tren.